Aquella aparatosa radio de la abuela abría la puerta a la libertad en
muchos hogares españoles de los años 60 y 70. Por su dial, ancho como
el estuario un río, discurría un caudal de emisoras extranjeras de lo
más evocador: París, Luxemburgo, Londres, Andorra, Roma, Lisboa... y
otras más allá del Telón de Acero, desde donde se lanzaba por ejemplo,
La Pirenaica, la más conocida de las radios clandestinas que los
antifranquistas escuchaban en secreto en la España del dictador.
Aquellas vetustas radios de válvulas son hoy piezas de coleccionista, y
aunque muchos siguen buscando su espacio de libertad en las ondas, ya no
lo hacen con el miedo metido en el cuerpo.
En plena era
de internet, en la que es posible acceder a cualquier emisora del mundo
desde el móvil, aún queda un puñado de gente aficionada a rastrear,
sintonizar y escuchar radios de todos los rincones del planeta,
utilizando equipos analógicos de lo más modestos. A esta insólita
práctica se le llama diexismo, un nombre que suena a enfermedad rara
pero que, con los tiempos que corren, goza de una salud razonable. Son
pocos, pero muy entusiastas. El 'palabro' proviene de las letras D
(distancia) y X (incógnita), di-ex en inglés. Castellanizando la
expresión tenemos como resultado diexismo, es decir, la búsqueda e
identificación de señales desconocidas que llegan desde la lejanía.
Muchos diexistas son también radioaficionados, si bien los primeros sólo
escuchan; no hablan ni se tratan de comunicar con nadie.
«El diexista es aquel que escucha por el simple placer de captar
transmisiones de radio lejanas, el radioaficionado debe disponer de un
equipo distinto para poder comunicarse con otras personas», explica
Alejandro Remeseiro, muy versado en una materia de la que ha hablado largo y tendido en Naukas,
la mayor plataforma online de divulgación científica en español. A este
traductor coruñés de 39 años licenciado en Historia y experto en lengua
y cultura de Indonesia ya le tiraban, como se ve, las lenguas de países
bien remotos. De hecho, por ahí llegó al diexismo. «Comencé en 1994. No
tenía radios antiguas, pero sí un viejo casete Sanyo con cuatro bandas
de radio (FM, AM, MW, y SW). No sé por qué, pero me gustaba escuchar
voces en otros idiomas». Otros diexistas como el físico Pablo Rodríguez
(Guadalajara, 35 años) entraron a través del cine. «La película 'Contact'
espoleó mi imaginación infantil. Mis padres tenían una radio, y
simplemente empecé a trastear con ella. Descubrí un botón con las siglas
FM, AM, SW, MW y LW… no tenía ni idea de lo que era aquello, pero las
señales que captaba en SW (shortwave, onda corta) eran las más extrañas e
interesantes de todas». En 'Contact' (1997), Jodie Foster interpreta a
una científica que rastrea transmisiones de radio con el objetivo de
localizar señales de vida extraterrestre.
Ni Pablo, que trabaja como experto en computación científica en
Ámsterdam y que en breve será doctor en matemática aplicada, ni
Alejandro, han detectado nunca ruidos de procedencia alienígena, pero en
sus años de batidas nocturnas por todo lo ancho del espectro radial han
oído sonidos «que en mitad de la noche pueden acojonar bastante». Los
más enigmáticos proceden de las llamadas estaciones numéricas como la
UBV-76 o la S06, en las que una voz repite una extraña secuencia de
cifras en lo que parecen ser mensajes codificados. También es conocido
'el zumbador', un corto, monótono y misterioso zumbido que, en muy
contadas ocasiones, se interrumpe para dejar paso a un mensaje en ruso
con números y palabras que parece dirigido a sus servicios de
inteligencia. Este tipo de transmisiones, muy habituales durante los
años de la Guerra Fría, han ido perdiendo relevancia, pero aún hoy sigue
habiendo alguna operativa. «Cuando estás por la noche con tus
auriculares puestos escuchando bandas de la onda corta y se te cruza una
de estas estaciones con sus zumbidos y sus mensajes en clave, se te
ponen los pelos de punta», ilustra Remeseiro.
El misterioso pájaro carpintero
Los diexistas más veteranos aún recuerdan la señal del 'pájaro
carpintero' soviético, operativa desde 1976 a 1989, cuando desapareció
con la caída del Muro y la desintegración de la URSS. Emitía desde
Ucrania, que entonces formaba parte del gigante ruso, y martilleaba las
ondas con un 'cla-cla-cla-cla-cla' que sonaba como un pájaro carpintero.
«Hoy, en pleno siglo XXI, todavía te topas con alguna emisora que en un
español con acento caribeño pronuncia una serie de letras sin sentido, y
que parecen mensajes cifrados». Así lo cuenta Martín Estévez, de 62
años y jubilado de una empresa pública de aguas, que se enamoró del
diexismo gracias a uno de esos viejos receptores de válvulas que
ocupaban un lugar destacado en su casa de Puertollano, en Ciudad Real.
«Era una Philips de sobremesa de los años 50 y me llamaba la atención
ver en el dial nombres de ciudades extranjeras... ¿Pero estos países se
pueden escuchar?, le pregunté un día a mi padre. Me dijo que probara a
poner un cable por la antena y en ese instante se me abrió un fascinante
mundo sonoro de idiomas que no conocí, con ruidos que iban y venían.
Era 1972, tenía 15 años y así fue cómo me inicié en el diexismo». Martín
mantiene viva su afición. Aunque conserva su vieja Philips, ahora peina
las ondas con un receptor algo más moderno y con el mismo buen ánimo
que cuando era un adolescente. Es consciente de que las nuevas
tecnologías han reducido a los diexistas a un puñado de frikis,
concretamente 648 en toda España, según las cifras oficiales de la Asociación Española de Radioescucha (AER).
¿Quién quiere buscar avanzada la noche un programa de radio de
Guatemala teniendo internet? Pues, por ejemplo, él mismo, aunque en su
casa lo miren como un bicho raro. «Esto me sigue apasionando. Me encanta
quedarme hasta las tantas de la madrugada rastreando emisoras cada vez
más débiles y lejanas. Esa es la esencia del diexismo. Hace poco logré
escuchar Radio Verdad, de Chiquimula (Guatemala) y no sabes la
satisfacción que te da cuando consigues localizar una emisora que está a
miles de kilómetros. En este caso tuvo que ser de noche porque para
obtener la mejor recepción posible conviene que tanto el lugar de
transmisor como el del receptor se encuentren en zona oscura para que la
onda rebote en la ionosfera sin ser absorbida por la luz solar»,
detalla.
«Sintonizar y escuchar una emisora que llega desde la Antártida es un gustazo»
Martín Estévez
Para Pablo Rodríguez, las tres
uvedobles tampoco han restado un ápice de magia al asunto. «El diexismo
ya tenía mucho de romanticismo antes de la era de internet. De hecho,
yo empecé hace veinte años, coincidiendo con el boom de internet. Para
mí, era una forma de introducir algo de magia en lo cotidiano, de
acceder a un mundo de cierto exotismo sin necesidad de salir de casa»,
apunta el físico alcarreño, que, como su amigo Alejandro Remeseiro,
también colabora en Naukas, donde mantiene el blog Fuga de cerebros.
Las
emisoras que los diexistas persiguen provienen de todo el orbe. Muchas
emiten en castellano, si bien es verdad que con la irrupción de internet
se ha perdido la emisión en español de radios tan importantes como la
BBC, Radio Moscú o La Voz de América. Aunque las condiciones
atmosféricas influyen, con paciencia y perseverancia (y afinando el oído
frente a ruidos e interferencias) se puede disfrutar de la sintonía de
emisoras cuya señal puede tener su origen en las antípodas. Martín está
particularmente orgulloso de haber dado, una de esas noches en blanco,
con Radio Nacional Arcángel San Gabriel, que emite desde la base
Esperanza, en la Antártida argentina. «Para un diexista esto es un
gustazo, sé que es difícil de comprender, pero es así».
Tarjetas QSL, los 'cromos' de los diexistas
Hay diexistas que convierten su pasatiempo en un desafío que toma cuerpo con la recopilación de tarjetas QSL, otra de esas tradiciones encantadoramente anacrónicas de este mundillo. Los certificados QSL provienen de los primeros tiempos en los que las emisoras solicitaban a sus radioyentes, allá donde estuvieran, que les comunicasen por carta desde qué puntos del globo y con qué calidad les recibían. Ese informe de recepción debe indicar el día, las horas de inicio y fin de la escucha, la frecuencia de sintonía, la situación geográfica y el equipo receptor empleado. Los diexistas también pueden evaluar, puntuando de 1 a 5, la calidad de la recepción a través del código Sinpo, acrónimo en inglés de Strength (intensidad de la señal), Interference (la interferencia de otras emisoras o equipos eléctricos), Noise (el ruido o las interferencias de tipo natural), Propagation (las condiciones de la señal, incluyendo su desvanecimiento) y Overall (la apreciación en su conjunto de la recepción). Un Sinpo 55555 equivaldría a una recepción perfecta.
Como muestra de agradecimiento por tantas molestias, las emisoras suelen
enviar a sus oyentes la tarjeta QSL, una especie de postal de
verificación que los diexistas coleccionan como si fueran cromos. Al fin
y al cabo son sus particulares 'trofeos' y cotizan en función de la
rareza del emisor, es decir vale más una postal de Radio Nueva Zelanda
Internacional que una de Radio Vaticano. En casi medio siglo de
diexismo, Martín Estévez presume de una colección de 1.200 QSL
procedentes de un centenar de países distintos, entre ellos Corea,
Sudáfrica, Surinam y Canadá. «Las tarjetas QSL son como un 'regalo' que
envía la emisora cuando recibe tus informes de recepción. Yo debo de
tener más de cincuenta, pero creo que las perdí en la última mudanza,
jejejeje. Me hizo muchísima ilusión la que recibí de Radio Praga en 1996
porque fue la primera estación que escuché. Recuerdo también las de
Radio Taiwan, Radio Moscú y los calendarios de Radio Vaticano. La última
que recibí fue de la NHK de Japón», dice Alejandro. Quién sabe si
alguna de esas madrugadas a estos rastreadores de ondas hertzianas les
llegará, como a Jodie Foster en 'Contact', una respuesta más allá de la
ionosfera. «Sería un puntazo», concluye Martín.
Fuente de la noticia: www.diariovasco.com
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