EL 26 de agosto de 1983
está marcado en rojo en el calendario de muchos bilbainos. El próximo
mes se cumplirán 35 años de aquel fatídico día que castigó a más de
medio centenar de localidades vizcainas. La villa festejaba sus fiestas
cuando una inesperada tromba de agua arrastraba todo lo que encontraba a
su paso. La riada aplastó a Marijaia contra el quiosco de El Arenal. El
radioaficionado, Koldo Galarza, participó en las operaciones de
emergencia y gracias a su colaboración y a la de otras muchas personas,
se pudieron garantizar las comunicaciones por radio para que los
servicios de emergencia funcionasen.
Koldo nació en 1946 en
Sopuerta y recuerda su infancia con el tiragomas, afición que sigue
conservando. “Fui al colegio y siempre estaba con este instrumento. Me
lo pasaba bien, pero luego me tocó cuidar el ganado”. Confiesa que no se
le hizo duro porque “eran otros tiempos y era lo que tocaba”. Comenzó
en las ondas como un hobby y ahora no se imagina su vida sin sus
emisoras. “Empecé a ver a mis vecinos cómo la utilizaban y me entró el
gusanillo”, admite. A partir de entonces, nunca más se volvió a separar
de ella.
Este radioaficionado es miembro de la Red Radio
Emergencias (Remer) de Bilbao pero antes empezó en la banda ciudadana y
después, pasó a examinarse a telecomunicaciones. “Ahí ya nos dieron la
licencia y empezamos a funcionar en las ondas”, cuenta. Las inundaciones
del verano de 1983 pusieron a prueba su manejo con el walkie talkie y
su solidaridad. “Fue un día inolvidable. Subimos al monte Artxanda y
montamos un campamento base para comunicarnos con los pueblos que
estaban incomunicados como, por ejemplo, Bermeo. También vino un equipo
de Barcelona muy bien preparado con una unidad impresionante”, recuerda.
Koldo
no concibe su vida sin estar en las ondas en las que ha conocido a
personas a las que de otra manera no habría podido llegar
De
manera altruista, Koldo facilitó las labores aquel día en el que los
teléfonos móviles todavía no habían ganado protagonismo. Pero todo no
iban a ser momentos malos. También guarda en su memoria momentos
anecdóticos. “Hace años hablaba con el patrón de un barco pesquero que
también era radioaficionado. Estaba pescando un pez espada en la costa
de Chile y tuvo problemas con el túnel de congelación. El barco tenía
base en Vigo así que con la emisora logré localizar al técnico y la
avería se solucionó”, rememora. Koldo no ha vivido de esto. Durante
muchos años ha trabajado como conductor en una fábrica de papelería
hasta que se ha jubilado. A su lugar de trabajo también le acompañaban
las ondas. “Instalé una antena y me comunicaba con gente”, dice.
Pasión familiar
A día de hoy, guarda especial cariño a su afición tanto es así que
acabó contagiándosela a su mujer e hijo. “Mi mujer se sacó la licencia
cuando me conoció y mi hijo con 15 años también. Ahora los tres estamos
en Remer y pasamos cada día los dos controles diarios que tenemos que
pasar. Uno a las 11.00 y otro a las 21.00 horas”, admite.
Koldo se
levanta cada día a las 4.00 horas para hablar con Centroamérica. Su
pasión le ha permitido conocer a muchas personas de diferentes puntos
del mundo. “Hablamos de todo. De gastronomía, de cosas de la radio…
Evitamos temas políticos y religiosos. Además, puede haber gente famosa
pero como cada uno tiene su indicativo podemos no enterarnos”, desvela.
Sin
embargo, lo que más ilusión le hace a Koldo es llevar la antena puesta
en el coche. “Cuando viajo con la familia instalamos una antena en el
coche y hablamos con camioneros que están por Europa. Un día incluso
hablamos con Nueva Jersey. Hacemos muy buenos amigos y yo no puedo estar
en la cama porque esta es la mejor afición que hay. Hablas con gente
que de otra manera no conocerías”.
Los voluntarios Remer reciben
cada año un reconocimiento por su entrega y altruismo. Ante cualquier
emergencia ceden su tiempo para mejorar graves situaciones ya que cuando
las comunicaciones fallan, ellos llegan a cualquier parte del mundo.
“Ahora queda que me den el diploma de los 30 años”, dice Koldo que junto
a su familia echan una mano a todo aquel que lo necesite aunque el
mundo esté dominado por las tecnologías móviles y las emisoras estén
quedando en un segundo plano. “Cuando la señal se cae, gracias a las
emisoras podemos seguir comunicándonos”, concluye Koldo que no se
imagina una vida sin estar en las ondas.
Fuente: Deia.eus
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