12 de mayo… el prestigioso diario EL PAIS ofrece en su semanal, un
interesante articulo firmado por Javier Argüello donde, entre otras
cosas cuenta como el realizador peruano afincado en España, Allan
Batievsky (y radioaficionado muy activo , EA3HSO) , está preparando un
video documental sobre la radioafición. El articulo dice:
Mucho antes que Twitter y Facebook, las comunidades de radioaficionados compartieron sus vidas virtuales
Al cumplir los 60 años, Alv Våge recibió la notificación de que el
Gobierno de Noruega lo jubilaba de su trabajo de farero y supo que tenía
un problema. Su regreso a la ciudad no hizo más que confirmarlo. El
piso en el que se instaló no reunía las condiciones necesarias para
colocar una antena de radioaficionado y el trato
directo con la gente, luego de tantos años de soledad, le resultaba un
tanto violento. Así fue que se presentó voluntario para que le asignaran
un faro –cualquier faro– en un sitio que estuviera lo suficientemente
aislado sin siquiera aspirar a percibir un sueldo a cambio. Lo único que
quería era regresar a la tranquilidad de su confinamiento para poder
seguir en contacto con las únicas personas que habían constituido su
verdadera familia: sus amigos de la radio.
La de Alv Våge es una de las muchas historias que el realizador –y radioaficionado– Allan Batievsky (EA3HSO) incluirá en el documental Hello Perfect Stranger
que empieza a rodar estos días en Barcelona, y que lo llevará a viajar
por todo el mundo en busca de los testimonios de los integrantes de esta
tribu. Muchos años antes de que nadie soñara con algo como Facebook ya
existía una comunidad virtual que intercambiaba impresiones de la vida y
el mundo a través de la primera red social de la que se tenga noticia.
Nuestra primera misión es la de servir a la comunidad, explica
Batievsky. Es por eso que nos permiten colocar nuestras aparatosas
antenas y nos ceden el espectro electromagnético que utilizamos, ya que,
cuando todo el resto de las comunicaciones falla, la radio es la única
que permanece operativa. A modo de ejemplo cuenta la vez en que logró
unir a un padre con su hija durante el terremoto de Nepal en abril de
2015. Un radioaficionado israelí de nombre Ammir Bazak se constituyó en
jefe de la operación de emergencia y Batievsky pasó a formar parte del
puente que conectaba Norteamérica con Asia. Ocurrió que un ciudadano del
Estado de Virginia tenía a su hija en la zona afectada y contactó con
Batievsky, quien a su vez contactó con Bazak para intentar averiguar el
paradero de la chica. Al cabo de unas horas, Batievsky recibió la
información de que la joven se encontraba a salvo en una de las
estaciones de la Cruz Roja, que al día siguiente sería evacuada hacia
India y que desde ahí estaba previsto que tomara un vuelo de regreso a
casa. Los gritos de júbilo que se escucharon del otro lado de la línea
cuando Batievsky dio la noticia a la familia constituyen uno de los
recuerdos más preciados de su historial como radioaficionado.
El servicio público no es, sin embargo, el principal uso que los
radioaficionados dan a sus equipos. La mayor parte del tiempo se lo
pasan estableciendo contactos aleatorios con los rincones más ignotos y
distantes del planeta. Se trata de una actividad tan absorbente que sus
familias deben restringírselas como se le restringen las horas de
televisión a un niño. ¿En dónde radica ese poder de atracción tan
irresistible? Eso es justamente lo que me propongo averiguar, dice
Batievsky. Por un lado está la cuestión técnica, el afán de llegar lo
más lejos posible utilizando la menor potencia, pero creo que lo técnico
es en el fondo una excusa. Probablemente se trate de algo mucho más
simple: el placer indescriptible de dirigirte a un desconocido para
decirle: “Hola, perfecto extraño, aquí estoy, cuéntame tu vida”.
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