Estación de escucha Emeraude, perteneciente al Gobierno francés. Foto: Luc Viatour.
La historia del espionaje de las comunicaciones se inicia en los
primeros años de la radio, con las guerras mundiales como telón de fondo
y la encriptación de mensajes radiados como objetivo de todas las
partes en conflicto. Con la aparición de nuevos medios de comunicación,
los sistemas de espionaje han evolucionado y también se han globalizado,
por utilizar un término tan en boga hoy en día. La moraleja es que nada
es nuevo, simplemente se ha ido matizando con el tiempo.
La historia que nos ocupa puede decirse que comienza en Nueva
Zelanda. Allí,
a lo largo de cuatro décadas, la mayor agencia de inteligencia del
país, la Oficina de Seguridad de Comunicaciones del Gobierno (GCSB),
equivalente de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos (NSA),
había estado colaborando con sus aliados occidentales para espiar a los
países de la región del Pacífico sin el conocimiento de los
neozelandeses ni sus políticos electos. Nada se sabía ni había
trascendido, todo iba en perfecto secreto hasta que a finales de los
años ochenta varios miembros del personal de inteligencia pensaron que
era el momento de dar a conocer esas actividades, y comenzaron así a
hacer declaraciones a los medios de comunicación.
De este modo se hizo la luz sobre el proyecto Echelon.
Este fue creado por la Agencia de Seguridad Nacional de Estados
Unidos, convirtiéndose en uno de los mayores sistemas de vigilancia y
espionaje. Nada queda fuera de sus tentáculos, por más que nos podamos
creer que esas cosas no van con nosotros y están restringidas a
operaciones entre gobiernos y grupos de presión. Al contrario, entre sus
objetivos está la interceptación de todo tipo de comunicaciones,
incluidas las telefónicas, las que se realizan por correo electrónico,
fax o cualquier otro dispositivo que se utilice en cualquier lugar del
planeta.
Su particularidad la acabamos de adelantar un poco más arriba: nadie
está exento de su control, porque lo que lo diferencia de otros métodos
de espionaje es que está diseñado principalmente para objetivos no
militares. Se dirige contra gobiernos y organizaciones nacionales e
internacionales, es cierto, pero también contra empresas e individuos en
prácticamente todos los países. Potencialmente me afecta mí y a ti que
estás leyendo esto, a cada persona que se comunica en cualquier parte
del mundo. Aunque los medios técnicos han avanzado, los equipos capaces
de escudriñar en el tráfico de palabras clave existen desde hace cuatro
décadas. Lo que ha conseguido Echelon fue la interconexión de todos estos equipos integrándolos en una misma red.
Durante la II Guerra Mundial, los cinco estados asociados colaboraron
en materia de espionaje de comunicaciones a través de la radio, y una
vez terminados los enfrentamientos armados decidieron prolongar su
cooperación para tener bajo control a la Unión Soviética. Para ello
firmaron en 1948 el acuerdo UKUSA en el que quedaron
integrados Estados Unidos (NSA), Nueva Zelanda (GCSB), Reino Unido
(GCHQ), Canadá (CSE) y Australia (DSD). Durante mucho tiempo los estados
signatarios se negaron oficialmente a reconocer la existencia de dicho
acuerdo, sin embargo, el informe anual de la Comisión de Inteligencia y
Seguridad, órgano de control parlamentario del Reino Unido, se refiere
explícitamente al mismo: «La calidad de la inteligencia recopilada
refleja con claridad el valor de la estrecha cooperación en el marco del
acuerdo UKUSA».
El origen de la alianza
El inicio de UKUSA se sitúa en una reunión mantenida
por británicos y estadounidenses en el verano de 1940. Medio año más
tarde, criptógrafos norteamericanos entregaban a sus colegas del Reino
Unido una unidad de Purple, una máquina de cifrado, iniciándose la mutua
cooperación en este campo. Sería a mediados de 1941 cuando la
inteligencia británica lograría descifrar el código utilizado por la
flota alemana con su máquina Enigma. En 1942, con la entrada de los
estadounidenses en la guerra, especialistas de la Agencia Naval SIGINT
comenzaron a trabajar en Londres en el seguimiento de submarinos,
uniéndose a ellos en 1943 los canadienses.
Ese mismo año fue formado el tratado BRUSA-SIGINT, mediante el cual
los tres países se intercambiaron personal y compartieron la información
que poseían sobre interceptación de señales, códigos y claves.
Más adelante llegarían a un acuerdo con los australianos para
ofrecerles medios con el objeto de controlar las comunicaciones de los
japoneses en el Pacífico. En los primeros meses de 1946 se celebró una
conferencia angloamericana para discutir los pormenores de una posible
alianza de sus servicios de inteligencia, en la que se fijaron las bases
de la cooperación entre Estados Unidos y la Commonwealth.
El resultado
Echelon es el nombre bajo el que operan una serie de
estaciones que controlan el tráfico de comunicaciones por radio,
satélite, teléfono, fibra óptica y microondas. Toda la información que
reciben es procesada por unos superordenadores, donde se encripta y se
le aplica el reconocimiento de voz y de caracteres (el conocido como
OCR) para encontrar entre ella palabras o frases clave con las que han
desarrollado lo que se conoce como los «diccionarios», unas
recopilaciones de términos y caracteres en los que se basan para la
descodificación de futuros mensajes. Las palabras claves pueden ser
nombres de personas, números de teléfono, organizaciones, direcciones de
Internet, etc.
Como forman parte del texto del mensaje son fácilmente localizables
por las computadoras al buscarlas en los «diccionarios». Además, esas
claves son detectables también en los mensajes hablados, como los
contenidos en las conversaciones telefónicas, ya que el sistema
informático reconoce todo tipo de lenguas y acentos.
Teóricamente, Echelon está justificado por la lucha
contra el terrorismo y el control de eventuales enemigos, pero según
todos los indicios los fines a los que se destina no son solamente esos.
Cuando terminó la II Guerra Mundial, en Estados Unidos se inició una
campaña de vigilancia ideológica, la caza de brujas, con la que el
Gobierno se inmiscuyó en las comunicaciones de algunos ciudadanos
sospechosos de ideologías contrarias al «buen hacer capitalista». El
hecho se repitió después del Watergate; políticos salidos de las urnas
eran vigilados por la inteligencia dependiente del Gobierno, y así
sucesivamente fue creciendo esa práctica hasta lograr el apoyo de otros
estados, con los que el control se dirigió a entornos tan «peligrosos»
como Aministía Internacional o Greenpeace.
Es evidente que con la Guerra Fría y el enfrentamiento entre los dos
bloques durante buena parte de la segunda mitad del siglo pasado, los
agentes de las cinco organizaciones involucradas estuvieron más que
atareados captando señales de radio y de otros medios, pero ¿en qué se
iban a entretener tras la caída del Muro de Berlín y la desaparición de
la Unión Soviética y los regímenes comunistas del Telón de Acero? Había
que buscar nuevos objetivos para justificar los presupuestos y
asegurarse el trabajo de los integrantes de toda la red, así que se
decidió rehacer el concepto de seguridad. Esta ya no solo debía
consistir en el análisis de todo lo que desde zonas potencialmente
peligrosas se decía o emitía, sino que al contenido político había que
añadir otros que iban a dar jugosos beneficios, como las relaciones
comerciales entre empresas y países.
Las sospechas llevan a grupos de multinacionales interesados en Echelon
a prestar ayuda a este proyecto a cambio de información de primera mano
de cuanto hace la competencia. Solo hay que imaginar las millonadas que
se juegan en contratos de armamento, construcciones militares y obras
civiles, por solo citar algunos capítulos, para darse cuenta de lo que
está en juego. La red de espionaje pasó de ser un entramado con
objetivos militares a una malla para perseguir civiles. Es importante
saberlo todo: afiliaciones políticas, creencias religiosas, hábitos de
vida, tendencias sexuales, todo sirve; la información es poder, no hay
que olvidarlo.
Echelon ha ido creciendo en medios humanos,
materiales y económicos, e incluso no se ha detenido ante la posibilidad
de espiar a Gobiernos aliados, como recientemente ha quedado
demostrado, creando conflictos diplomáticos con diversos países
europeos, entre ellos España y Alemania, y de otros continentes. El
Parlamento Europeo publicó en 1998 un informe en el que se dan datos de
la red de espionaje, afirmando que tiene bajo su control mensajes de
correo electrónico, faxes y llamadas telefónicas de ciudadanos de todo
el planeta, poniendo en alto el riesgo la libertad y la privacidad de
las personas.
Aunque todas las miradas se dirigieron a la NSA de Estados Unidos, no
hay que pasar por alto el acuerdo secreto de 1948, UKUSA, en el que hay otros cuatro estados implicados, y uno de ellos no está muy lejos, Reino Unido.
Dentro de la gravedad del hecho, todavía es peor si se considera que Echelon,
a través de las estaciones que tienen esparcidas en diversos lugares,
no apunta a una determinada empresa o a una persona en concreto. Su
funcionamiento es distinto, se basa en la interceptación masiva de
señales de radio, correos electrónicos, faxes, telefonemas. De todo ese
enorme conjunto de información se desecha la que no se considera
«valiosa».
Una vez recogida la información es procesada utilizando los
«diccionarios» que contienen las palabras clave para saber si entre todo
lo recibido hay coincidencias de términos o números. Cada estación
tiene su propio diccionario identificado con un nombre particular, pero
Reino Unido y Estados Unidos también poseen los de las restantes
estaciones para que nada se pueda escapar. Todo el proceso se realiza en
tiempo real, lo que da una idea de la potencia y capacidad de
procesado. Cuando una palabra coincidente con una clave es detectada, se
envía el aviso a la agencia responsable del diccionario de la
coincidencia.
Por: RADIO-NOTICIAS.
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