Se anuncia que
las compañías de telefonía van a tener más facilidades para instalar sus
antenas y repetidores en las azoteas, y que se les va a liberar de las
trabas que en la actualidad tienen por parte de los ayuntamientos, para
que solamente tengan que rendir cuentas ante la Administración Central.
Esta doctrina puede traer enfrentamientos, pero si se extiende a otros
ámbitos de las telecomunicaciones, puede solucionar algún que otro
problema con muchos años de vigencia.
En
España existen miles de estaciones emisoras de voz, e incluso de datos,
que no pertenecen ni a Radio Nacional, ni a la SER, ni a la COPE ni a
Onda Cero. Llevan compartiendo con estas emisoras "grandes" el espacio
radioeléctrico desde mucho antes que se fundara Radio Nacional, por
poner un ejemplo, pues pertenecen a una manera de hacer radio que está
ahí desde la misma época de Marconi.
Son los radioaficionados, estaciones
de las que solamente se habla cuando hay problemas y los otros medios de
comunicación, como el teléfono, la internet y similares quedan inútiles
al llegar una inundación, terremoto, atentado o corte de suministro
eléctrico. Han sido colaboradores históricos, entre otros, de la Cruz
Roja. Pero están ahí también cuando no hay catástrofes, haciendo a
diario una silenciosa labor de científicos amateur, de la que han venido
gran parte de los avances tecnológicos que luego ha disfrutado el común
de la sociedad. Igual que muchos cometas no han sido descubiertos por
gigantescos telescopios al servicio de estados o universidades, sino por
modestos escrutadores del cosmos con sus instalaciones modestas, en los
años 80 los radioaficionados ya experimentaban con técnicas de
transmisión digital que ahora pueblan infinidad de dispositivos en
nuestras casas.
La relación de los radioaficionados
con la administración central del Estado no ha sido que se diga muy
problemática. En España los titulares de las estaciones pagan sus
licencias y el Estado les ofrece ciertas garantías para emitir y
experimentar. Los problemas han venido básicamente de dos sitios: de los
municipios y de la propia ignorancia del pueblo español en materias
científico-técnicas, circunstancias amplificadas por esa peculiar
institución sociológica que son las comunidades de vecinos. Cuando un
operador de estación de radioaficionado obtiene su licencia, el Estado
le da permiso para instalar en la azotea sus antenas. Pero ese permiso
acaba siendo muchas veces un mero papel teórico, cuando llegan las
trabas de algunos municipios que se han tomado sus atribuciones con
demasiado celo. Incluso, si el radioaficionado consigue levantar sus
antenas, sin interferencia municipal, le espera un calvario de
"enteradillos" entre sus vecinos que le harán la vida imposible echando
la culpa al "chiflado ese de la radio" de cualquier avería eléctrica o
ruido raro que aparezca en los electrodomésticos de las demás viviendas.
Gran parte de este problema viene,
como decimos, del desconocimiento. El españolito de a pie, que ya de por
sí recibe una educación muy recortada y muy simplona, está además
influido por el sensacionalismo de las televisiones, que dan una visión
distorsionada de la radioafición, y para colmo tenemos lo que podríamos
denominar el nacional-ecologismo, que tiende a ver cualquier cosa que
suene a emisiones, radiofrecuencia, etc... como una fuente de
potenciales enfermedades, situación que se contradice con la enorme
difusión que dan esas televisiones y esos colectivos
más-verdes-que-nadie a infinidad de brujos, curanderos y supercherías
pseudocientíficas con las que afirman poder curar dichas enfermedades.
En la era del culto ciego a las redes sociales, el radioaficionado es
también visto por muchos no ya como un "loco" (como pasaba antes) sino
como vestigio de un mundo "anticuado" y que además genera
"contaminación" radioeléctrica. ¿Para qué se molesta el pirado este en
poner una antena para hablar con otro si eso lo hago yo todos los días
con el Facebook?
¿Libertad para las antenas en las
azoteas? ¡Sí, por favor! Pero para todas las antenas. Que no vaya a
pasar como con otros tantos temas, que las grandes corporaciones
transnacionales tengan carta blanca para gozar de las bendiciones del
poder y los pequeños y medianos poseedores de pedazos de la tarta
radioeléctrica se vean asediados por infinidad de zancadillas. La
radioafición es un termómetro del estado de salud democrática de los
países, solo hay que ver el listado de naciones donde se la prohibe o
restringe más: aquellas donde imperan vestigios del estalinismo rancio,
catetadas islámicas o mezclas de ambas cosas. Los británicos, alemanes,
norteamericanos y franceses cuidan a sus radioaficionados. Actuemos en
eso también como un país de primera clase.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por seguir mi blog. Atenderé tu comentario lo antes posible. Saludos, EB1HYS.